Jade sabía que Constantine era un hombre de pasiones primitivas... Aun así, apenas podía creérselo cuando, después de un noviazgo brevísimo, le propuso que se casara con él. A las chicas como ella, sencillamente, no les ocurrían ese tipo de cosas.
Y Constantine enseguida le demostró que, lejos de amarla, en el fondo la despreciaba. Pero, atada por los lazos de un matrimonio de conveniencia, Jade estaba decidida a disfrutar de esa forma especial de amar de su marido... ¡de su salvaje seducción!
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